Vivimos en una sociedad que, tras años de discriminar y separar a las personas por diversos factores, hoy en día presume de ser muy abierta y de no apoyar prejuicios absurdos. Pero, aunque nadie sea consciente de esto y todos piensen estar libres de ideas preconcebidas, a veces quedan vestigios, rastros de aquellos estereotipos que se tomaban como una verdad absoluta para todos los que tuvieran los requisitos. Si piensas que exagero y que todo eso ya quedó en el pasado, déjame te platico un par de anécdotas que me sucedieron hace no tanto, y de las cuales, créeme, una de ellas vale oro.

Una de mis comidas favoritas son los mariscos (cosa que tiene mucho mérito puesto a que me gusta casi todo), por ello mi papá solía llevarme a comer a un restaurante cerca de mi casa. Hubo un tiempo donde solíamos ir muy seguido y quedarnos platicando un buen rato. Como no soy de las personas que pasan desapercibidas, las meseras a veces se me quedaban observando, tal vez por lo guapo, no lo descarto, y de cierta manera me llegaron a conocer un poco. Pero el detalle chistoso venía al momento de ordenar mi bebida, una cerveza, palabra que por lo general se tenía que repetir ante un rostro que trataba de disimular la impresión.

No estoy del todo seguro, pero creo que no es tan difícil deducir que estar en silla de ruedas no te impide tomar alcohol… ni nada. Sin embargo, de nuevo está la idea subconsciente de “cuidar al discapacitado”, de pensar que algo puede tener un efecto o reacción diferente en mi cuerpo sólo porque tengo unas cuantas neuronas muertas. ¡Ni que fueran tan importantes!

Pero la joya de la corona llegó el día que fui a un motel con una chica y, estando en la entrada de la habitación, una empleada del lugar, de unos veintitantos años, se acercó a mi papá a preguntarle para quién sería la habitación, a lo que respondió que para la chica y para mí. Al voltear a verme no tardó en preguntar, con una cara de ternura, “ah, ¿van a dormir?”, y cuando mi papá le contestó que no, su cara, que aún me veía, inmediatamente dibujó una expresión de incredulidad, vergüenza y esa cara que se pone cuando sabes que metiste la pata. Por Alá, ¡pagaría por tener una foto de ese momento!

Ya lo he dicho antes, tengo un cuerpo tan funcional como el de cualquier hombre, y estar en una silla de ruedas, tener parálisis cerebral o incluso tener una discapacidad no debería hacer que nadie asumiese nada. Por supuesto, cada caso es distinto y de ninguna manera estoy diciendo que a nadie le haga daño beber alcohol o tener sexo, con todo esto más bien me refiero a no sorprenderte cuando alguien haga algo “inesperado”. Una de las peores cosas que me pueden hacer es, cuando pido algo, preguntarme si “puedo hacerlo”, o, peor aún, si “mi familia/mamá me deja”. Por favor, no asumas que no puedo tomar decisiones o que necesito permiso para hacer las cosas. Ni que estuviera pen[editado por mamá]