Hace algunas semanas tuve la oportunidad de juntarme con mi grupo de amigos, cosa que, si bien no podemos hacer tan seguido, siempre que sucede resulta en momentos muy agradables. ¿Que esto no es un diario, sino un post? ¡Ah! No, en realidad creo que esta es la mejor manera de empezar el tema del que quiero hablar hoy, ya que no todo en la discapacidad es drama y tristeza. Como lo mencioné, siempre me la paso muy bien con mis amigos, ya sea en grupo o con uno de ellos, pero en esta ocasión sucedió algo especial. Y es que llegó un momento donde estaba justo en medio de todos y, volteara con quien volteara, podía platicar. No se tenía que hacer un silencio sepulcral para que hablara o voltear con un “traductor oficial”.

Esto puede parecer broma, pero es verdad. He convivido con muchos grupos de personas de mi edad, ya sea de la escuela, de cuando iba a la iglesia o de grupos con un gusto en común, y honestamente nunca me sentí parte de ellos. Siempre esperaban que alguien tomara el rol de “mi cuidador oficial” y le dejaban a cargo de todo lo relacionado conmigo. Creo que mucho del problema está en el concepto equivocado de “aceptación”; perdón, pero no necesito que me hagan el favor de “dejarme jugar” con nadie, y si se parte de la idea de “somos buenos porque te aceptamos” ya empezamos mal.

No estoy exagerando, hace unos años fui durante unos meses a una secta iglesia a la que, para evitar problemas, llamaremos V. Monterrey… No, es demasiado obvio… mejor Vida M. Sí, así está mejor. El punto es que, después de invitarme a una salida, tal vez sólo para cumplir moral y socialmente, y, al ver que sí iría, prácticamente desinvitarme, el líder del grupo de jóvenes dijo que les preguntaría a ver si tenían problemas en que me juntara con ellos en sus siguientes actividades. En su prostituta vida he vuelto a pisar ese lugar.

No siempre es así de extremo. En otra iglesia en la que duré unos 3 años, si no había un familiar o una de las pocas personas que me entendían, para la mayoría apenas era poco más que parte de la decoración. Y es que es cómodo quedarse con el estándar social de la aceptación, con el pensamiento subconsciente de “no te decimos que no vengas porque estaría mal, pero quédate ahí y no molestes mucho”. No merezco eso; nadie merece eso. La diferencia entre hacer las cosas porque es lo correcto y hacer las cosas de corazón es esa, que la primera sólo busca cumplir, y con lo mínimo.

Volviendo a la reunión con mis amigos, cuando fue el momento de cenar nadie le pidió a nadie que me diera de comer, simplemente lo hacía el que estaba más cerca. Pero no llegamos a esto de la noche a la mañana, cada uno de ellos ha dedicado tiempo para convivir conmigo y conocernos realmente. Creo que ese es el gran secreto, estar dispuesto a invertir tiempo y esfuerzo para incluir a alguien más en tu grupo, en tu vida. Al final, lejos de tratarse de ser el centro de atención, me quedo con una imagen de esa reunión completamente opuesta, una imagen en la que éramos un grupo común de amigos y donde, por primera vez, me sentía como uno más de ellos.