Todos sabemos que hay ciertas experiencias y aprendizajes únicamente reservados para una etapa de la vida en concreto; en circunstancias saludables, un niño nunca tendrá que trabajar ni mucho menos saber lo difícil que es el mundo más allá de su patio de juegos. Y hace varios años ya, cuando crucé una de esas separaciones que delimitan estas etapas de la vida, comencé a aprender algo que sólo entendería por completo recientemente. Siendo sincero, me encantaría poder decir que se trata de una de esas lecciones de la vida que te hace ver más colores en el cielo, querer cantar bajo la lluvia y darles un beso a cuantas personas pasen por tu camino; sin embargo, en este mundo no todo es color de rosa.
Hasta hoy en día siempre he tenido más amigas que amigos; por alguna razón me es mucho más fácil relacionarme con mujeres, aunque con los amigos que tengo nos une una gran amistad de años. Sin embargo, a partir de cierta edad me empezó a dar la impresión de que la mayoría de chicas, más si estaban solteras, mantenían una pequeña distancia para conmigo. Si bien nunca le di gran importancia y se lo atribuí a mi imaginación, hace poco sucedió algo que me hizo verlo de otra manera.
Sin dar mayores detalles, se podría decir que tengo una “amiga especial”, con la cual, por circunstancias de la vida, no nos es posible reunirnos muy seguido; sin embargo, en ocasiones llegaba a ser muy específica en cuanto a lo que haría cuando pudiéramos estar en la misma habitación, palabras que, sinceramente, más allá de emocionarme o ilusionarme, me hacían sentir muy bien: querido, deseado. Pero, cuando por fin tuvimos la oportunidad de estar juntos, me fue muy evidente la mucha atención que le ponía a los movimientos involuntarios que tengo, y pude ver cómo de nuevo aparecía ese “pequeño” distanciamiento. Sobra decir que ese día no pasó nada que no debiera mencionar públicamente.
Esto, por sí mismo, no significa gran cosa; es más que común que la discapacidad dificulte la atracción sexual al estar latente el miedo de que alguien resulte lastimado físicamente. Sin embargo, en mi experiencia, cuando hay dinero de por medio ninguna chica se ha mostrado preocupada por ese tema. Y no, no estoy tonto; entiendo perfectamente que para ellas es un trabajo y que, si cumplo con mi parte, no necesitan sentirse sexualmente atraídas hacia mí. Y, de nuevo, no, te aseguro que su “mucha experiencia” no influye, ya que la chica que mejor me ha tratado recién acababa de empezar en ese… “trabajo”. El verdadero punto aquí es lo fácil que resulta cruzar esa línea cuando hay una motivación adecuada, ya sea dinero, amor o simple y sencillamente ganas de tener sexo.
Al final todo esto me deja con una visión grisácea del mundo, donde mi sexualidad se ve limitada por algo ajeno a quién soy, donde debo pagar para que una mujer no tema estar conmigo. Lo curioso es que, una vez cruzada la línea, rápidamente se dan cuenta de que en realidad no había nada qué temer; nunca he lastimado a nadie en la cama, siempre priorizo la seguridad de la chica en cuestión. Afortunadamente, y para terminar con algo agradable, en todas las ocasiones aquella desconocida se interesa en platicar un rato cuando todo acaba, llevándome conmigo un nombre real y al menos un poco de su historia.