“Un gran deseo conlleva un gran problema”, éste bien podría ser el equivalente casi cómico para alguien con discapacidad de la mítica frase del tío Ben. Como lo mencioné en un post anterior, actualmente, a mis 26 años, nunca he tenido una cita; ir al cine, pasear por un parque o tener una bonita cena con una chica, y sólo con ella, son experiencias totalmente desconocidas para mí. ¿Las palomitas se comen con cubiertos? ¿Debo llevar ruedas todoterreno? ¿Él sexo es antes, durante o después del postre?

Sin caer en lo vanidoso, la verdad es que tampoco creo que me sea demasiado difícil conseguir una cita; conocer a alguien e invitarla a pasar un buen rato -o un muuuuuuuy buen rato, si las cosas salen bien ;)- en una actividad que las personas gustan etiquetar como “cita” no es el gran reto aquí. Si bien este ha sido un gran deseo desde hace muchos años, siempre hay un temor que me retiene, unas veces más inconscientemente que otras. Y es que cuando se tiene alguna discapacidad generalmente se depende de otras personas para la mayoría de cosas.

Lo más común es vivir con al menos uno de tus padres; si ese es el caso, el explicarle a tu mamá que quieres salir con alguien que ellos no conocen (probablemente ni tú mismo tengas mucho de conocerla) y luego soltar la palabra atómica “solo”, puede desatar una oleada de preguntas, problemas y argumentos que hará que la logística de un viaje espacial parezca cosa de niños al lado de todas las complicaciones y peligros que, según ella, implica el que tengas una cita.

Lamentablemente esto sólo agrega más peso al costal lleno de preguntas que cargamos: “¿Querrá pedir ayuda para pasarme al asiento?” “¿Si vamos a cenar, querrá o le será muy incómodo ayudarme a comer?” “¿Si mis papás la quieren conocer o hablar con ella antes, le molestará?” Aunque siendo justo y honesto, entiendo esta postura de los padres y, si bien desata otras cuestiones que hablaré en otro post, me parece normal el preocuparse de esta forma. Sin embargo, hay algo que necesitan saber: Al tener una discapacidad es común que cualquier cosa esté cuesta arriba, y si dejamos que las dificultades o peligros nos detengan, tal vez ni siquiera saldríamos de la cama.

No sé hasta qué punto sea normal que la preparación para una carrera sea más pesada que la carrera misma, pero algo que he aprendido es que en este duro entrenamiento la confianza es crucial y sumamente volátil. Pocos días después de mi primera experiencia sexual, cuando rebosaba de seguridad, le dije a mi papá de mi intención de tener citas, a lo cual me regresó una serie de por qué’s, para qué’s y cómo’s que, junto con su actitud desalentadora, destruyeron mi recién adquirida confianza.

Con esto no pretendo reclamar, regañar a los papás ni mucho menos asustar a las demás personas para que ni siquiera consideren el poder tener una cita con alguien que tenga alguna discapacidad (muchos no necesitan ayuda para esto). Más bien quisiera que supieran que la comprensión es la clave en todo este asunto. Comprensión para entender los deseos de los hijos. Comprensión para entender que tus palabras pueden afectarles más de lo que imaginas. Comprensión para entender que esa persona tal vez te quiera invitar a salir, pero no sabe si querrás pasar por los inconvenientes que conlleva. Comprensión para entender que la inseguridad y timidez puede tener un por qué más profundo de lo que pensabas.