Siempre, al hablar de algo negativo, en alguna parte de mí hay cierto temor que, si bien trato de pasar por alto, es más grande de lo que me permito pensar. Y es que, aunque cuido mis palabras para evitarlo, creo que la posibilidad de que parezca que pienso que, por tener una discapacidad, sufro más que los demás siempre está presente. Desde hace algunos años comprendí que todos tenemos problemas, y aunque los míos puedan ser diferentes a los de la mayoría, son problemas al fin.

En el tema del amor y los rechazos ocurre algo similar. A cualquiera nos pueden rechazar, pero si tienes una discapacidad es común, como en casi todo, que te enfrentes a una dificultad extra; es como ser feo e irle al América. Una realidad que me costó ver es que al soñar con su príncipe azul prácticamente ninguna mujer lo imagina en silla de ruedas, ciego o con alguna otra discapacidad. Aquí la frase “soy lo que nadie busca” se vuelve real.

Pero ligar en modo Legendario no termina ahí, y lo que le sigue, de hecho, es el punto central de este post. Sinceramente nunca me ha lastimado que una chica me rechace; duele, sí, pero, como dije unas líneas atrás, a cualquiera le puede pasar. Sin embargo, el problema viene cuando, aunque me han rechazado muchas veces, en realidad nunca he tenido una cita.

En mi experiencia, la mayoría de chicas no me rechazan a mí, sino que rechazan a la idea de la posibilidad de que les pueda gustar y tener sexo salvaje algo más que una amistad. Eso es lo que lastima. Se podría decir que “es cuestión de encontrar a la persona correcta”, pero poco se puede hacer… poco se quiere hacer cuando el rechazo es automático, cuando tu apariencia y personalidad pierden valor ante una simple condición.