A veces pienso que si no lidiara bien con la soledad probablemente mi vida sería exponencialmente más difícil. Y es que sólo imagínate, me la paso solo tal vez un 80% del tiempo, y si no contara a mi familia seguramente subiría a más del 95%. Esto no es una queja ni mucho menos un intento de “hacerte ver lo triste que es mi vida”; de nuevo, creo que me llevo bastante bien con este ente sin forma ni sonido llamado “soledad”. Qué más me queda, ¿no?

Desde hace varios años, tal vez más de diez, he aprendido a pasar el tiempo solo, ya sea con videojuegos, series, películas o, más recientemente, YouTube, y en el último par de años creo que he llegado a sentirme realmente a gusto con esto. Sin embargo, no siempre fue así. Hubo un tiempo, sobre todo cuando estuve varios años yendo a una iglesia cerca de mi casa, donde invitaba a muchas personas a que, cuando tuvieran tiempo, me visitaran.

Tal vez en ese entonces no era consciente de ello, pero ahora con la perspectiva de los años creo que en parte era un “grito de ayuda”, un “ya no quiero estar tan solo”. Pero pasó el tiempo y muy pocos fueron los que vinieron. Ahora, sin caer en el “a cabo que ni quería”, ya no espero que alguien me ayude a pasar los días; entiendo que, ya sea por tiempo o ganas, es difícil que me visiten.

Sin embargo, hay amigos que sí se toman el tiempo de hacerlo, y esos son momentos que disfruto y valoro como no se imaginan. Créeme, ya sea que vayamos a comer o al cine, a una casa o al parque, nos quedemos a ver una película o simplemente a platicar, son cosas que les agradezco desde el fondo de mi corazón.