Aunque hasta cierto punto cada discapacidad es un mundo, creo que todas comparten algunas similitudes, una suerte de “leyes” que se repiten en la vida de la gran mayoría. Como para cualquier persona, cuando se presenta un problema o dificultad el mundo no se detiene a esperar que pase o se resuelva, sólo sigue girando sin siquiera darse cuenta, Esto de cierta manera se hace más presente cuando se tiene una discapacidad, ya que el mundo se mueve muy rápido y tú muy lento.
Las personas no tardan en decir que quienes tenemos alguna discapacidad somos muy fuertes, valientes e incluso admirable, pero esto está algo alejado de la realidad. Al menos en mi caso creo que he perdido la cuenta de las veces que me he hartado, querido rendir o cansado de llevar una vida donde, sin importar cómo se esté hoy, siempre hay un nuevo problema a la vuelta de la esquina. Y es aquí donde he entendido una de las cosas más básicas para que la fuerza centrífuga del planeta no me escupa: Sin importar lo que haga, los problemas van a venir, los merezca o no, sea justo o injusto, esté dormido o despierto, y lo único en lo que puedo influir es en los resultados que éstos tendrán.
En verdad creo que gran parte de las consecuencias que ocasiona un problema dependen de nuestra reacción ante él, de cómo lo afrontemos. Hasta el día de hoy nunca me he quedado en estar harto, rendido o cansado, si el mundo no se detiene yo tampoco lo haré. Si en la vida sólo podemos decidir entre avanzar y quedarnos quietos, y el suelo, cual videojuego, se cae tras unos segundos de estar sobre él, yo siempre preferiré avanzar.
Este no es un intento pobre y vacío para motivar, sino algo que vivo constantemente. No hace mucho me vi en la necesidad de cambiar de sillón, que es donde uso la laptop y hago todo, y aunque a simple vista parezca un cambio muy pequeño, afectó a todo lo que hacía. Ahora me cuesta más escribir y me lleva más tiempo, ya no puedo jugar videojuegos y necesito tener más cuidado para no tirar los controles, pero aquí sigo, escribiendo, avanzando.