Bien dicen que en este mundo nada se detiene, y así como hace varios años el constante avance de la tecnología resultó en un gran impulso en mi vida, hoy las cosas han vuelto a cambiar. Antes la mayoría dependíamos de una computadora para nuestra actividad online, y era común estar en el MSN, Skype o Facebook durante horas. Pero la tecnología se fue haciendo cada vez más chica y portátil, dejando atrás lo que antes era cotidiano.

Si bien aún puedo platicar con las personas por Facebook, la realidad es que pocas veces se puede mantener una conversación fluida por aquí sin que otras actividades o distracciones no corten el ritmo de la plática. Y eso sin mencionar que ahora la mayoría prefiere usar WhatsApp. ¿Saben lo difícil que sería usar un smartphone cuando no se tiene motricidad fina?

Sin embargo, esto en realidad no me causa gran conflicto. Entiendo muy bien que los tiempos y las personas cambian. El problema tampoco es que me pierda casi todas las novedades que salen (ok, tal vez me puede un poco el no poder usar Tinder); sólo piénsalo un poco y te darás cuenta de que la mayoría de tendencias están en forma de aplicaciones móviles.

Lo feo llega cuando una persona me ayuda en algo y no se puede separar de su teléfono. ¿Te imaginas cómo se siente tener que comer con bocados intermitentes entre mensaje y mensaje, o estar desnudo y con frío por más de 10 minutos porque se la pasa más tiempo en el celular que poniéndote la ropa? Supongo que a todos nos pasa que no nos presten atención por estar viendo las novedades en sus redes sociales, pero esto para mí también es un recordatorio de lo lejos que me voy quedando.