Para algunas personas las apariencias y opiniones de los demás tienen un peso importante en sus vidas; arreglarse cuidadosamente y medir lo que se haga en público son tareas cotidianas para que las demás personas, en su mayoría desconocidos que sólo le verán unos cuantos momentos en su vida, no se lleven una idea equivocada. A veces por vanidad, a veces por dejar una buena impresión, a veces por simple y llana costumbre, pero el objetivo de no dar pie a que piensen algo que no se quiere, de una u otra manera, siempre está ahí.
Si bien nunca he sido vanidoso, por algún tiempo esto se me presentó en otra forma. Y es que al tener una discapacidad las personas que te ven dan por hecho muchas cosas, tal vez demasiadas. Muy temprano dejó de ser raro el que las personas, sobre todo señoras, al verme dieran por hecho que lo políticamente correcto era tratarme como bebé, ¡incluso teniendo 25 años! De estar guapas estaría bien si su intención fuera amamantarme, pero ese no ha sido el caso, desgraciadamente.
Si lo estás pensando te diré que no, esto no es cosa de personas “sin educación” exclusivamente. En secundaria tuve una maestra de inglés que un día, bien entrado el año ya, después de explicar algo, de la nada volteó hacia mí y, casi gritando y con una cara sobreexpresiva, me repitió lo último que acababa de decir, en lo que para ella era, quiero pensar, un gesto amable y de consideración. En otra ocasión, con unos años más, al necesitar una constancia de mi diagnóstico, mi mamá me llevó a una consulta donde el doctor no tardó en querer incluir “retraso mental” como parte de él; cuando mi mamá le dijo que no era así, el calificado doctor ejecutó una sofisticada prueba para comprobarlo, preguntándome cuánto era 2+2. ¡Daah, 7!
Aunque cuestionar las facultades mentales es lo más común y evidente, no se limita a esto. Dar por hecho que soy un angelito asexuado, casto y puro, que es más bueno que el pan y nunca hace nada malo también resulta normal; pero se equivocan, nada es más bueno que el pan. Si bien hace muchos años dejó de importarme el corregir cuando alguien me creía tonto, me pregunto si esta es la solución correcta. A veces me niego a conformarme con una sociedad estereotipada, que se basa en las apariencias y no en las acciones, que se quedan con su propia impresión y no le interesa hacer algo para saber si es así o no. ¿Crees que soy tonto? Habla conmigo. ¿Crees que necesito un trato especial? Pregúntame. ¿Crees que soy malo en la cama? ¡Compruébalo!