El mundo le suele dar mucha importancia a aspectos en los que flaqueo: Tener un buen trabajo e ingresos estables, ser social y salir con amigos los fines de semana o tener una amplia gama de cualidades que te permitan conquistar en una noche a una persona son detalles que te pueden abrir las puertas de la simpatía. Sin embargo, hay un punto de inicio muy importante, incluso tal vez decisivo, en el que me cuesta tener una buena puntuación final: La primera impresión. Y no es que sea alguien raro al que socializar le sea todo un reto, más bien se debe a un apartado de la parálisis cerebral que, fuera de quienes la padecemos, pocos conocen.

Si bien generalmente mantener un control aceptable de mi cuerpo es un trabajo de tiempo completo y mal pagado, la cosa se vuelve un trabajo de mina cuando una emoción entra en la escena. Esto puede ser difícil de entender, pero lo que quiero decir es que cuando tengo alguna emoción medianamente fuerte mi cuerpo reacciona generalmente de forma adversa. Y si bien ésta puede variar dependiendo de la emoción, casi siempre se presenta como más movimientos o gestos involuntarios y una mayor dificultad para hablar.

Todo esto provoca toda una serie de cosas, como que las personas piensen que me enojo con facilidad, cuando en realidad es que el tema me apasiona o incomoda. Que difícilmente cambie de estilista ya que el conocerle, al ya tenerle confianza, hace que me sea más fácil quedarme quieto. O, por ejemplo, que los jump scares (sustos del tipo “¡boh!”) funcionen especialmente bien en mí, ya sea en películas o en bromas, puesto a que mi cuerpo reacciona automáticamente a las emociones de expectación y sorpresa.

Y por supuesto, como lo adelanté al principio del post, los nervios normales de estar en un lugar nuevo o conocer en persona a alguien por primera vez hacen muy difícil el que se me pueda ver realmente como soy. No sería raro irse con la idea de que es muy complicado llegar a entenderme, cuando en realidad, pasados los nervios y estando más tranquilo, sólo toma unos minutos empezar a entender algunas palabras y poder sostener una conversación simple.

Si bien esto tiene la ventaja de quienes se quedan después de esa complicada primera impresión por lo general son personas muy interesantes y se convierten en grandes amigos, no estaría mal que los demás supieran que hace falta más de un par de minutos para poder conocer a una persona, sobre todo si tiene alguna discapacidad. Quedarte con la primera impresión puede evitar que conozcas a una buena amistad.