Mentiría al decir que no tuve miedo; lo pospuse por mucho tiempo dándome diversas razones –o excusas–. Frío, sueño, incomodidad, cualquier cosa me servía para decirme un “mañana”.
Sin duda, cualquiera puede tener miedo al hacer algo nuevo, pero cuando ese “algo” tal vez sea tu única oportunidad de destacar realmente en tu vida, ese miedo toma otra forma, otro sabor. Dejas de pensar en el fracaso, y empiezas a ver el vacío tras él. ¿Qué quedará después?”.
Dicen que no hay mejor manera de asustarnos que ponernos en un pasillo con poca luz, que nuestro cerebro hará el resto del trabajo. No sé si estoy del todo de acuerdo con esto, me parece injusto culpar a un órgano y dejar libre por la calle a esa voz que nos habla cuando todo lo demás calla, que nos dice justo lo que nos esforzamos por no (ja) pensar. Desgraciada.
Mentiría al decir que no tuve miedo, mentiría si dijera que ya no lo tengo; pero me odiaría si me hubiera quedado ahí. Ya han pasado varios meses y, si bien no lo recuerdo del todo, creo que el secreto es dejar de pensar en hacerlo, y hacerlo. Después de dar los primeros pasos te das cuenta de que no era tan difícil.